CUERPOS
Los cuerpos desnudos tienen algo que nos
habla
como una mañana o una voz en el aire vacío.
Aprendiendo la desmesura de su entrega,
lo abiertos que están, a vos, a mí, al
viento.
Nada piden. Entregan el anuncio de lo
imposible
que señalan con gestos y torsiones que
hieren el aire.
Muestran un ansia de perdurar
en su gloria perdida y de nuevo ganada.
Como en las figuras de Caravaggio;
de Lucien Freud.
Los cuerpos en otoño, en invierno,
no tienen edad.
En la noche de la niebla
otros cuerpos. Nosotros
llegando
hundiéndose uno en el otro
aferrados uno a otro, dolorosamente
hendidos entre sí
torciéndose dan vueltas en la noche del
ansia
quieren la perfección en las ruinas
de su deseo de ser piedra
cerrada en sí misma.
Los dos, amor en deuda y llaga
agarrados a un grito un goce sin espesor,
rezan al ángel del dolor en cada plaza.
Miran su mano detenida en el espacio
lenta piedra que se mueve
Y esperan, atados entre sí
como caídos devastadoramente
uno en otro, llorando el deseo
de buscarse, decir, gritar
su querer devenido ahora;
derramado en su sangre que sigue e insiste
y quiere sólo a su mismo
deseo de ser figura detenida
en su espacio, en su lugar
en esta vez que vuelve
como ayer, como hoy,
en la alucinación
del continuar
aferrados sostenidos
entre sí. Los estás viendo
como aquella mañana en el
palacio de verano de la reina
amada y destrozada,
continúan, siguen,
hasta el desmayo.
Una alegría feroz
desconocida
los sostiene.
© Hugo Echagüe
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