Poema de Roxana Palacios

 

Posparto 

 

Después de cada decisión, alguien

se llevará la mugre, las astillas

crudas de mi osamenta.

No me quejo: nací mujer y aunque

a veces me cuesta descifrar

            cierta tristeza, la comparo

 

con la hierba, verdes tramos

de ardor en las secuelas,

un murmullo áspero, sin pausa,

para imaginar que otros respetan

mi derecho a ser silencio.

 

Después de una traición, pensé,

alguien se encargará de volver

a construir. Lo que viene

siempre es mejor, mis hijos

me lo han dicho con la potencia

de sus gritos, voces

que intenté comprender

con los pechos cargados de lenguaje,

eso nuevo que se avecina

y no se alcanza: un cuerpo

diminuto, la levedad en otra boca.

 

Después de cada huida,

       me dije, alguien justificará

sus pisadas

en desconocimiento de tu deseo

nunca obediente. Demasiado

cerca para escribirlo de raíz:

 

mi casa es leña abierta

para la costumbre del futuro.

Y fuera de la muerte, en el valle

de pinos de la infancia,

cada hoja de primera nevada

juega a desaparecer junto al Limay,

como un abrazo sobre la línea

de una piedra.

 

Después es ahora en cercanía.

Bestia de ojos como fuego

en el zodíaco de mi recuento.

He sido humus en mi fecundidad,

mantra y guillotina

para mi fantasma. No me quejo:

he sido libre de gobernar

mi pequeño país entre predicadores

y espejos cóncavos,

un resto indescifrable de manada

a campo abierto.

 

Otras como yo caminan por el borde

del vacío y la intuición y somos

campo de batalla

a la luz de quienes no se disponen

a la pérdida, clavos y metáfora

en el aire verde, las babas del mundo

           guiando voluntades hacia

la demagogia y la necesidad.

  

© Roxana Palacios