El leñador me enseña a cortar
las ramas que tapan
mi vista del camino, las articulaciones
que es preciso quebrar para avanzar
otro paso.
Nuestro encuentro es azaroso,
él me advierte
acerca del lobo y mi sombra
insumisa, desgajada
tan afín a su piel.
Recorre el bosque
en las horas de luz, deja señales
que orientan a los curiosos
perdidos que se duermen en las ramas
infinitas de la mente.
Me entrega su machete
que guardo junto al muslo
y sigo en soledad
sabiendo lo que me espera
tras la caída del sol.
Me deja ir, no me impide
crecer con el descenso
me ve esfumarme:
un punto rojo entre los árboles
una llama pequeña
que sin embargo lleva
dentro de sí
la potencia, una chispa
capaz de originar el incendio.
© Melisa Mauriño
Conmovedor poema!
ResponderEliminarImpresionante!
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