En las siestas del verano
cuando quedábamos librados a la suerte
y eran nuestros
el corazón de las sandías
las doradas esferas de las naranjas
tenía lugar
el rito del amor
detrás de los postigos.
Lo presentíamos
porque los oficiantes
salían al resplandor de la galería
él
con un silbo en la boca
ella
con deseos de batir yemas
y quemar azúcar.
Una transparencia de dicha
sin nombre
hacía temblar
canceles
y jazmines.
© Estela Smania
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