Deberíamos dar nombre
al órgano de ceniza,
no preguntarnos por la quemazón,
no cuestionar su esencia volátil y
crepitante,
no soñar con lo que se ha perdido,
(tal vez alguien dude sobre lo que se hizo,
lo que se hizo así…)
pero no merece la pena revivir lo que ardía
tan dolorosamente, junto a los maderos,
sí, su nombre;
sí, su dedo señalando la flor;
sí, que iba a darnos su dulce
por única vez.
© Sergio Guerrieri
Palabras fulgurantes, aristas del hecho estético que va describiendo. Muy justa la ilustración de Gustavo. Alfredo Lemon
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