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14/3/22

Poema de Carlos Battilana

 


Ramitas

 

El pesebre

se logró

con las ramitas

que recogimos

del jardín.

 

Emilia

recortó

–como sólo ella

sabe hacerlo–

papel plateado

e imaginó

un oasis

en el desierto

bíblico

del Niño

recién nacido

 

luego

–debajo del Árbol

profano–

fuimos incorporando las

pequeñas

estatuas de arcilla

–José, María,

Jesús–

y con un poco

más de energía,

Dickens,

tal vez Darío

–¿quién sabe?–

nos ayudaron

con los “tardos

camellos

de la caravana”

los camellos de la infancia

los camellos de los Reyes,

a quienes

llamaremos

por tradición

Melchor, Gaspar y Baltazar.

 

Más tarde

Sofía fue acomodando

pastos y ramas

y sin la luz del día,

iluminado

artificialmente

por las luces

del pino de Navidad,

contemplamos

–admirados– el antiguo

escenario

de la niñez

que renace

año tras año.

 

Un poco emocionados

con la alegría afectiva

que amalgaman las horas

fuimos a dormir

y Marcos,

el niño grande,

el niño interminable

que Dios o la vida

nos han legado,

sin que nadie lo notara,

tomó la estatuita

de José

para dormir

con ella

 

nunca lo sabremos

–es un enigma–

pero su vida misteriosa

ha hecho de las imágenes religiosas

(medallas, talismanes, estampitas)

un destino visual,

un lago interminable

donde contemplar

el secreto de sus días,

las sucesivas jornadas

que –nunca lo sabremos–

son su cruz

o su felicidad.

 

© Carlos Battilana

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