Ramitas
El pesebre
se logró
con las ramitas
que recogimos
del jardín.
Emilia
recortó
–como sólo ella
sabe hacerlo–
papel plateado
e imaginó
un oasis
en el desierto
bíblico
del Niño
recién nacido
luego
–debajo del Árbol
profano–
fuimos incorporando las
pequeñas
estatuas de arcilla
–José, María,
Jesús–
y con un poco
más de energía,
Dickens,
tal vez Darío
–¿quién sabe?–
nos ayudaron
con los “tardos
camellos
de la caravana”
los camellos de la infancia
los camellos de los Reyes,
a quienes
llamaremos
por tradición
Melchor, Gaspar y Baltazar.
Más tarde
Sofía fue acomodando
pastos y ramas
y sin la luz del día,
iluminado
artificialmente
por las luces
del pino de Navidad,
contemplamos
–admirados– el antiguo
escenario
de la niñez
que renace
año tras año.
Un poco emocionados
con la alegría afectiva
que amalgaman las horas
fuimos a dormir
y Marcos,
el niño grande,
el niño interminable
que Dios o la vida
nos han legado,
sin que nadie lo notara,
tomó la estatuita
de José
para dormir
con ella
nunca lo sabremos
–es un enigma–
pero su vida misteriosa
ha hecho de las imágenes religiosas
(medallas, talismanes, estampitas)
un destino visual,
un lago interminable
donde contemplar
el secreto de sus días,
las sucesivas jornadas
que –nunca lo sabremos–
son su cruz
o su felicidad.
© Carlos Battilana
qué belleza
ResponderEliminarQué bello texto!!! Felicitaciones, refresca el alma. Un abrazo. Adriana "Dirbi" Maggio
ResponderEliminarBello!
ResponderEliminarAmor sin retaceos!
ResponderEliminarAmor del bueno!
Bella escritura!
Uno de tus clásicos Carlos. Felicitaciones! Alfredo Lemon
ResponderEliminarQué belleza. Qué sensibilidad exquisita. Arazo grande, Inés Legarreta.
ResponderEliminarLa extraña magia de lo cotidiano con sus luces y sombras! Muy bello!!
ResponderEliminarEs bello bello bello ramitas
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