Tantas veces has creído
que no volverías a ver la luz del día,
que no remontarías la punta de tu dedo
fuera del borde de la ventana
y, ahora, como si nadie te mirase,
encuentras –demorados en el patio-
la brevedad de la tarde, el cansancio
y la huella de salitre que ha calado las
paredes.
Sin embargo, no es coherente,
¡si estás muy lejos del mar,
de los salitrales, de toda salina!
¿De qué manera el salobral
podría carcomer los revoques de tu casa,
las punteras de tus zapatos?
Mas, aunque dudes, ahí estás,
comprobando la improbable huella,
el salivazo despiadado
de una sal que no escogiste.
© Eugenia Cabral
Muy bueno. Y de cómo el mal(el daño)nos alcanza sin tener parte ni arte. Abrazo. Inés Legarreta.
ResponderEliminarAsí a veces nos cae un salivazo inesperado que nos hunde o nos despierta!!!
ResponderEliminarContundente!!!
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