Espadas de san Jorge en mi jardín
no pueden tocarme, tengo la espada
mato al dragón y me salvo.
Lucecitas, cintas rojas en la muñeca
en el collar de la sirena, en el pulgar
de mi hijo.
Un verano de estos, me escapo
y vuelvo a mi casa entre eucaliptus.
Una vez, postee un poema
y me dijeron, qué bueno
dale, dale, dale.
La casa donde los poemas existen
es múltiple y vital y no es
un castillo
ni de cristal, ni de barro
un lugar mío, soy la dueña.
No sé en qué playa llena
de mariposas rosas abiertas
están los recuerdos y los sueños.
Es un lugar lleno de amigos
un espacio dónde estoy, sentada mirando
una pantalla, una salida hacia el espacio
húmedo, de los pueblos costeros
sin nada que los cuide y los salve
del progreso.
Una espada de San Jorge
un viento, unas velas
niños y sus nacimientos, sus nombres
y sus bautismos
todos vivos mientras desciende
fría la cerveza.
© Alejandra Bosch
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