Por esas cosas que tienen las fechas, el del súper te da un almanaque. Te lo muestra mientras lo pone en la bolsa y te cobra. Y digamos más bien que no sos un fanático de los almanaques ni mucho menos, pero sin embargo lo colgás, tiene un imán detrás. Dice “Súper Maxi Juanchi” al pie de una lustrosa estampa japonesa, en la que hay una pagoda en un día de sol, y unas ramas de cerezos en flor. Después con el tiempo, y en esto tendrá que ver que precisamente se trate de un almanaque, las esquinas de las hojitas se van doblando hacia adelante, como en las revistas de las salas de espera. Es impresionante quedarse mirándolo, a la altura de los ojos es como si fuera una pequeña ventana, o una nueva categoría de algo. No sabés si es para ir tachando los días; o si te vino como una astuta predicción del futuro, y que tengas presente fechas de cosas que tal vez nunca ocurran o no ocurran más. Empezás a fijarte en qué día cae algún cumpleaños querido, domingo por ejemplo. Y vas de atrás para adelante y al revés, mirando los meses, saltando de uno a otro; levantando cualquier hoja a donde la punta del dedo te lleve; mirás los feriados, o algún vencimiento. Y te das cuenta que todos los días tienen vencimiento, por ejemplo el anterior a ese día. Y estás ahí parado, mirando ese montón de números que se repiten siempre de una manera u otra, y lunitas en todas sus fases; y te quedás atrapado, oteando por momentos, como si realmente pensaras algo. Te vas un poco en el celeste del cielo detrás de la pagoda, y todavía se desprende el olor a la tinta. Nada de todo eso pareciera tener que ver con vos, o sí en realidad, tanto. No sabés por qué te lo dieron o para qué; no lo debe saber ni Juanchi, mucho menos él. Se pueden hacer firuletes en los márgenes, anotar un número, o intervenirlo irónicamente, lápiz en mano, mientras a tus pies ronronea el motor de la heladera y en los oídos te zumba ese otro silencio. Y entonces marcás ese día; que habrá podido ser un poco antes o un poco después o eterno, pero siempre fue ese día, y lo van a tener todos los meses de todos los años sea el almanaque que sea. Lo mirás fijo y le vas haciendo un circulito alrededor. Con el lápiz le das vueltas cargadas de amor, como un corazón o un perro que quiere echarse. Y por un momento te preguntás, casi sin querer porque en realidad no es una pregunta, cómo puede caber tanta tristeza en un sólo día.
© Javier
Rodríguez (L. Vinci)
Siempre, pero siempre, Gustavo tiende la mano hacia esa especie de capricho mental de quienes de una manera u otra intentamos o pretendemos escribir. Mil gracias otra vez, Gus, después de otras tantas, y por tanto esfuerzo.
ResponderEliminarBravo Javi!!! Maravillosas siempre tus palabras!!
ResponderEliminarMuy bien escrito! Y al terminar nos deja interpelando como un estilete tu cuestionamiento existencial: "cómo puede caber tanta tristeza en un sólo día". Gracias. Alfredo Lemon
ResponderEliminarUn cotidiano ritual que todos hacemos...Muy bien contado, sobre todo,las sensaciones---
ResponderEliminarMuchas gracias, Alfredo !!
ResponderEliminarMuchas gracias, Adela !!!
ResponderEliminarGracias dulce Lore; lo más dulce que he tenido en toda la vida. Gracias.
ResponderEliminarAmor... 🥰🌹
EliminarUna vez más iluminaa con tus textos, si era yo y tantos marcando ese circulito.
ResponderEliminarGracias poeta y salud🥂💫
Salud, Patri, y muchas gracias.
ResponderEliminarEs un ritual que se repite, el de entregar los almanaques. No nos gustan, pero lo colocamos a veces en la parte de la heladera que no se ve mucho. Para marcar los días importantes. Es cierto. Me gustó mucho! Y a veces en todo un día la tristeza...
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