Avellaneda
El abuelo tenía la costumbre
de tararear el tango Adiós muchachos
con la letra cambiada.
Nosotras admirábamos la fortaleza de sus
brazos,
las mangas de la camisa
por arriba del codo en pleno invierno,
la rigurosidad al disponer
las herramientas del galpón.
Los domingos de tarde,
cuando las nenas de seis años
jugaban a tomar el té con las visitas,
él me llevaba a lo más alto de la platea
Vitalicios,
desde donde los hombres se veían minúsculos
alrededor de las banderas.
Cuando se terminaba el primer tiempo,
el abuelo sacaba del bolsillo un billete
marrón,
que me sobraba
para una tableta de Suflair
más grande que mis dos manos juntas.
Cada tanto, la voz del estadio
Decía Informa Casa Muñoz,
y yo me concentraba en escuchar
porque debía ser algo importante.
El tono del regreso era una incógnita,
pero a veces el abuelo cargaba las tintas
en once perros, once caballos
u once presos.
© Estela Zanlungo
Tremendo final!!! Graciela Corrao
ResponderEliminarMuy visual, casi narrativo. Me encanta.
ResponderEliminarExcelente.
ResponderEliminarmuy bueno!
ResponderEliminarUna historia! Muy bueno!
ResponderEliminarQué hermosos recuerdo de tu abuelo, mi abuelo, los abuelos. Un abrazo Graciela Barbero
ResponderEliminargracias Gus! gracias a cada unx por los comentarios!
ResponderEliminarCuánta vitalidad en pocas palabras.Ese narrar despojado, duro, directo, sin vueltas, como el abuelo, gigante amoroso. Qué maravilla!!!
ResponderEliminarUna bella historia de infancia, de esas que dejan un sello indeleble en el corazón.Bello el abuelo, casi escucho su voz y toco sus brazos fuertes en el poema.
ResponderEliminarUn abrazo
Juany Rojas
Impecable. Que cierre el cierre del abuelo !!Excelente
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