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1/11/21

Poema de Estela Zanlungo

 


Madeja

 

La tía dio a su recién nacida

después del último pujo en la cama familiar:

cerró los ojos y lavó su corazón avergonzado,

lo puso a ventilar en la ventana

para calzárselo otra vez

sin que la vieran.

 

Una chica de quince que desatiende la virtud

pasa la marca de una generación a otra

como un brazo tullido.

 

Mamá llegó a esa casa y se quedó a dormir,

dijeron no llorés,

es una noche sola

y ella soñó durante meses que su padre volvía

y la llevaba en brazos envuelta en una manta.

 

Entonces le hicieron un vestido,

le compraron zapatos

y fue a ocupar el podio de la ausente

como una cucharita que se saca

de un juego para completar otro.

 

Bailó en un pie mi madre,

hasta que el simulacro fue tan cierto

que no hubo nada que explicar:

si es necesario una nena se parece a la otra

casi más que a sí misma.              

 

Al final, todo quedó

en familia y fuimos esos

bichos discretos adentro de una caja

siempre al borde del riesgo de desfondarse.

 

Con el tiempo a la tía

se le abrió una flor negra en un pezón

que no nos atrevimos a nombrar,

como si el sólo nombre contagiara.

 

Yo tenía once años;

recuerdo a los mayores hablando a media voz,

mientras miraba mis empeines

desde un lugar del mundo

donde la muerte era soez.

 

© Estela Zanlungo

3 comentarios:

  1. Una buena historia es un gran poema, cuando se lo sabe mostrar ¡Muy bueno!
    Carlos Morteo

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  2. Tremenda historia llevada al poema. Los secretos familiares y los efectos en sus miembros. Excelente poema

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