Madeja
La tía dio a su recién nacida
después del último pujo en la cama
familiar:
cerró los ojos y lavó su corazón
avergonzado,
lo puso a ventilar en la ventana
para calzárselo otra vez
sin que la vieran.
Una chica de quince que desatiende la
virtud
pasa la marca de una generación a otra
como un brazo tullido.
Mamá llegó a esa casa y se quedó a dormir,
dijeron no llorés,
es una noche sola
y ella soñó durante meses que su padre
volvía
y la llevaba en brazos envuelta en una
manta.
Entonces le hicieron un vestido,
le compraron zapatos
y fue a ocupar el podio de la ausente
como una cucharita que se saca
de un juego para completar otro.
Bailó en un pie mi madre,
hasta que el simulacro fue tan cierto
que no hubo nada que explicar:
si es necesario una nena se parece a la
otra
casi más que a sí misma.
Al final, todo quedó
en familia y fuimos esos
bichos discretos adentro de una caja
siempre al borde del riesgo de desfondarse.
Con el tiempo a la tía
se le abrió una flor negra en un pezón
que no nos atrevimos a nombrar,
como si el sólo nombre contagiara.
Yo tenía once años;
recuerdo a los mayores hablando a media
voz,
mientras miraba mis empeines
desde un lugar del mundo
donde la muerte era soez.
© Estela Zanlungo
Un poema hermoso
ResponderEliminarUna buena historia es un gran poema, cuando se lo sabe mostrar ¡Muy bueno!
ResponderEliminarCarlos Morteo
Tremenda historia llevada al poema. Los secretos familiares y los efectos en sus miembros. Excelente poema
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