Mi primer
trabajo fue un benjuí de hilo fino. Lo compró el cura con dos monedas
brillantes que le llevé a mi madre.
Así el
ñandutí hizo vida conmigo y el dios de los blancos me dio lugar en su iglesia.
Pero
Kuñakarai, la sabia, no aprobaba esos encargos así trajeran pan a la mesa.
Borda las
manos floridas del dios Ñamandú decía la abuela en mi cabeza.
Por ciento
doce días hilé la mantilla de la Virgen, tejer de noche devoraba los ojos.
Oculto en
el bordado reinaba Ñamandú, el verdadero.
Torcer y
retorcer
Con la mano
derecha se tuerce, con la izquierda se toma el hilo que nace. La planta es
espinosa como la vida, el cuerpo es un telar que se tensa despacio.
El mundo es
un ovillo que no puede soltarse todavía.
© Marisa Negri
"La planta es espuinosa como la vida, el cuerpo es un telar que se tensa despacio. El mundo es un ovillo que no puede soltarse"
ResponderEliminarHermosísimos textos sobre cómo se va bordando la vida, sobre los dioses y sus narraciones.
Me encanta esa narradora-tejedora que tuerce y retuerce el hilo.
"Oculto en el bordado reinaba Ñamandú, el verdadero." La voz de la abuela persiste más allá del mandato del dios de los blancos, más allá del ovillo todavía. Nadie renuncia a torcer y retorcer porque siempre hay un hilo que nace. Y otro hilo por nacer...(Y otro, otro, otra, otros). Abrazo, Marisa.
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