Cuando
desperté
vi que ella
estaba ahí
como
esperando que no lo hiciera.
No hubo
sorpresa ni nada
solo que
ella estaba ahí
y debía
saberlo.
Puso su
mano en la boca
y despacio
empezó a sacarlo.
Todo va a
estar bien, me dijo.
Pasaban los
más queridos
por el
espejo deforme
como
sombras de lo que eran.
Algunos
asentían, otros no.
No hay
conciencia en la negrura
solo eso.
Por doce
horas
el corazón
estuvo en tránsito.
No hay nada
que no duela nada
y los
hierros parecen asfixiar.
La piel se
agrieta en sus bordes
cortada por
una navaja desafilada.
© Eduardo Alberto Planas
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