Encierros
Ahora sé
porqué
Merini
dictaba sus
poemas por teléfono,
de aquella
Tierra Santa
no podía
salirse de otro modo.
Ella lo
hacía.
En noches
apagadas,
en veranos
violentos
lo hacía.
Esperaba
la hora más
esquiva
para
entregar su miedo,
traducir lo
callado, cantar.
Ahora
esta poeta
de provincia
que soy,
también
como ella
encerrada e
insomne,
dicta
poemas a distancia,
por correo
electrónico, por zoom,
al amigo, a
los desconocidos,
a quien
acepte.
Escribía en
el exilio como yo escribo,
confinadas
las dos, cercadas
por un mal
invisible.
Qué es esto
desconocido,
preguntamos,
que nos
retiene
en nuestra
Tierra Santa
tan cerca
de la muerte?
Ella lo
hacía.
No es
difícil.
Solamente
hacen falta
un
teléfono, un cuerpo
que dé
contra las piedras
sin
romperse,
temer la
enfermedad, acostumbrarse
a morder
tinieblas y naufragios,
poseer una
voz luminosa,
llamarse
Alda.
© Susana Cabuchi
Qué maravilla, amé leerte Susana querida.
ResponderEliminarRealidad que nos toca. Afrontarlo y darse cuenta es lo importante. Cariños!!
ResponderEliminarBellísimo. Homenaje,espejo, empatía. Leemos y ahí estamos, (espejo), viéndonos en el círculo mágico y fuerte de este poema.
ResponderEliminarVerónica M. Capellino
Bello!!
ResponderEliminarMuy bueno Susana querida!! Un placer leerte!
ResponderEliminarHermosas letras; cuando la absoluta soledad es compañía y se comparte. Gracias!
ResponderEliminargrandioso recorrido por dos "ellas" que escriben poemas,la de provincia,la dela Tierra Santa y en ese camino cambian teléfono,mail, herramientas
ResponderEliminar