De regreso al planeta de aguas
el pez por la boca no muere: canta,
y dice no recordar tantas muertes de
perfil.
De regreso
los ojos se acostumbran rápido
al blando resplandor de un trópico,
si recorta en la memoria de maíz
una máscara kabuki
que empieza a girar
en la llovizna
-y la línea de puntos
que juega a esconderse
entre las escamas,
entre los pliegues retraídos de la piel
donde caerá
el filo de esas lenguas
embriagadas con la tierra-
¿una máscara japonesa en el vacío, en la
lluvia?
Sí, y los cuerpos que no coincidieron
sobre el angosto trago de las islas
portan las sedas ominosas,
portan las máscaras de los demonios
para atravesar de incógnitos el bosque:
y para bailar, sí, para bailar
con otros enmascarados
sobre los débiles maderos
de la luz cómplice,
donde la finísimas gotas
detendrían la extenuación
de las floridas carnes
sobre la boca.
De regreso al planeta de las aguas,
el pez por la boca no muere: canta.
Se acostumbran las máscaras endemoniadas
a bailar sobre el círculo de hojas secas/
girando en el silencio/
tornando criaturas eternas
a esos leales danzantes.
© Ariel Ovando
Las criaturas siempre regresan.
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