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16/12/20

Poema de Leopoldo Teuco Castilla

  


NUNCA

                              A Daniel Moyano 

 

Es la misma mosca

bramando

en el mismo verano,

la misma vela temiendo por las habitaciones

y en su horca

                              el trueno;

el mismo niño ese hombre con el agua al pecho

bajo los cielos asustados.

 

No hay quietud

                              la sombra de ese árbol

                              esta copa de vino

                              un relincho

                              esparcen toda eternidad

 

Tu y yo,

                              cada crepitación de la vida

y el astro seco

                              como una máscara

                                           en el vacío

somos infinitos

infinito

                              cada sollozo

                              cada paso que das y el que no has dado

y una pluma que cae

                              y detiene la tierra

y el último estertor

que añade un laberinto.

 

El hombre

cría un animal, un caballo, un toro,

como quien alimenta a un dios antiguo

hasta que uno de los dos se lleva en los ojos

la extinción del otro

y es lo simultáneo

de la vida y la muerte

lo que tienen de inolvidables.

 

Cada vez que recuerda

es de nuevo poblaciones

un hombre solo

                              procreando derrumbes.

Dentro de esos lentos vendavales

resiste

               su criatura

emblemática y ácida

como una joya carnívora.

 

Nada lo contiene

es la misma marea en su antiguo abismo,

la misma inmensidad que expulsan

un hombre ciego

                              y una mariposa quieta,

la misma lengua

de la piedra haciendo piedra,

del pájaro

                              llamando al agua,

del trapo que se acobarda

en el cerebro de un loco.

 

No hay fugacidades

así como el mar día a día

llega, brillante, a su propio funeral

así

    no cabes en tu tiempo

tu segundo está lleno de enormes batallas.

 

En el instante

no hay pérdida ni huida,

de esa breve eternidad

tenemos

               la física de la leyenda.

 

No es el hombre un enigma

es que no hay nadie en él.

                              Su único don es mundo.

 

Hay, sin embargo, un sitio que no pertenece al universo

una grieta

que se fuga del mundo

                              y no retorna nunca :

y es cuando el hombre sabe que se muere.

 

Le queda grande la luz,

como colgajos

los días que le faltan,

que reptan dificultosamente

entre los amedrentados muebles del salón

y es inútil acudir en su auxilio

porque él, mudo, frente a una ventana

le ha dado

su palabra

a la muerte.

 

Ya no oye

los nombres de su vida lo han abandonado

son como piedras

               ahogadas

               en los arenales

               de su alrededor.

 

Mientras el salón se desordena

en una meticulosa desesperación

todo lo que lo rodea intenta un arco

que desciende y no cae

                              un hueco que sobresalga

una señal que lo ocupe

                              antes que no le quede nadie

pero él no tiene dónde

es la frontera.

 

                              Asilado en su nombre

                              absoluto en el sillón

                              discontinuo

                              fuera de la naturaleza

 

uno lo llama y gira la cabeza y nos mira

mientras el pasado lo deshora

y torna, último, a la insolación,

a fijar sus ojos

antes de que la ventana se desclave

 

mientras el mundo se va de su cerebro

como una luna lenta.

 

El muerto

difunde su instante profundo

desde lejos mueve una hoja, vuelca un vaso,

abre una puerta sin viento

para despedirse,

asola

con desahuciada luz

las poblaciones de sus cinco sentidos

y le devuelve

                              a la amada una tarde,

la sangre al hijo,

el hueco a la madre,

restituye su nombre al enemigo

 

toca, todo su deseo toca los desalmados

cabellos

de su mujer dormida,

entonces los objetos

sollozan estériles futuros

y la casa de llena de asfixia y tempestad,

de premoniciones.

 

De pronto

todo cesa.

               Y es él, cayendo en otra latitud,

esa gota desorientada en el borde de la mesa,

es él

       insepulto

               en esa mariposa

                              diciendo adiós

                                             a su propia forma.

 

Lo sentirás ensordecer

con su ala de harapo

la levedad del mundo

vagar como un pez

perdido en la luz del espejo

desahogando

               su insondables ropas

               de finado

 

sabrás que estuvo

porque el día que adviene

                              no tendrá presente.

 

¿Cuál será, ahora, su comarca ?

¿La desazón de la luz,

 la luna enferma dentro de las habitaciones,

  un basural, sin recordar,

                                             huyendo ?

 

Vengo llovido

por sus aguas seniles y brillantes

han ahorcado

con sus inversos

               sietemesinos

               aires

las hojas del árbol de mi casa

me han soltado

               vacas en pena

               como muebles amarillos

                                             en el corazón.

 

Huero y sagrado

                 soy el cubil

                     la boca de salida de mis muertos.

 

© Leopoldo Teuco Castilla

4 comentarios:

  1. impactante. no se puede más!! susana zazzetti

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  2. Tremendo Teuco! Siempre tu poesía de alto impacto se hunde en la naturaleza de las cosas para indagar el origen del mundo en el lenguaje. "Todavía caliente, todavía sagrada". Abrazo grande desde Córdoba, Alfredo Lemon

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  3. Palpitante y excelso poema de un maestro como el Teuco!!!!!

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  4. Muy bueno: profundidad y bellas imágenes.
    Escrito por "un hombre que va chupándose la médula de los huesos", como decía Murakami.

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