Elemental
Si yo fuera panteísta —me decías—
escogería venerar a los dioses domésticos,
los dioses del hogar, pequeños y sencillos,
que se esconden tras una planta del jardín,
en la corteza de un mueble de madera
o dentro de un jarrón de cerámica
que alguna vez una muchacha aborigen portó
sobre su cabeza
—cómo ondeaba su cintura en equilibrio, su
cabello negrísimo.
Los dioses diminutos y traviesos
de la lluvia en verano o del agua cayendo
desde la regadera,
la diosa de la acequia en una vieja huerta
que aún frecuenta mi infancia,
las diosas del estanque o de la alberca
—siempre hay algo divino entre las aguas—,
el dios de la puerta, el dios de las
almohadas, el dios de los jabones,
el dios de las ventanas,
la turbulenta deidad de la caldera que
hierve,
el dios mayor del hogar, escondido (y
revelado) en el fuego.
Si yo fuera panteísta, me decías, creería
en todos esos dioses.
O en la porción secreta de Dios que hay en
todos los elementos
—repuse.
Y mientras conversábamos, al caer de la
tarde,
miraba yo con recelo y ternura, al mismo
tiempo,
ensombrecidas pero aureoladas de luz nueva,
todas las cosas de la casa.
© Gabriel Chávez
Casazola
Buen poema, Spinoza lo gozaría sin duda, es un plan ingenioso que enumera el mundo de cada uno bellamente, y tiene como correlato su exaltación final. muy bueno.
ResponderEliminarGracias.
Walter Mondragón.