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18/12/20

Poema de Alejandro Méndez

 


 

Gospel

 

Me pidió naranjas

de ombligo

con insistencia.

 

—Si no hay

no quiero otras.

 

El remedio para la tos

no era tan importante

ni siquiera el hecho

de que pasara la noche en vela

sin poder respirar.

 

—Son tan jugosas y dulces

que me dio un antojo.

 

Hice escala en la farmacia

para buscar el jarabe

y de ahí a la verdulería.

 

Viajé del centro al suburbio

con un kilo de naranjas mutantes

que en la base del fruto

desarrollaron una segunda

naranja pequeña y atrofiada.

 

Caminé por el patio

y las plantas tropicales

hasta llegar a la cama.

 

Dos almohadas la elevaban

en un puesto vigía

mientras la tos

la sacudía con un ritmo

irregular.

 

—Pelá una

y dejala en el plato.

 

Me encandiló el sol

que pegaba sobre el mármol

blanco de la cocina.

Aun así pude separar los gajos

y echarles una bendición

para que se convirtieran

en medicina.

El plato azul rebosaba

de fruta hacía equilibrio

para no derramar nada

para que cada gota reluciente

llegara a destino.

 

Que abriera su boca

y tragara

no ya las naranjas

sino el fulgor

que las atravesó.

 

© Alejandro Méndez

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