Cipriano Farías, mi padre. Albañil, electricista, plomero y por sobre todos los oficios, músico. El bandoneón, lo convertía en un semidiós capaz de transformar la monotonía de la noche, en un sutil vendaval de sonidos. A veces, en soledad y de madrugada, desde una estrella, me asaltan acordes de luna y tango, de magia y sueño, hechizo de nostalgia repartido por el aire.
MEMORIA Y BANDONEON
La mañana huele a nostalgia.
Descifra un fantasma añil
con sabor a mandarinas.
Maravillosa la rueda
donde viajó la infancia
calada en el asombro
de mis ojos niños.
El “fuelle”
ángel de la guarda
juega a las escondidas
con mi almohada.
Sin saber, sin darme cuenta
bebo el arrullo
de acorde y pentagrama.
Y en ese trajinar
de tanto vuelo
tal vez en ese intento
mi padre me entregaba
el costado más alfarero
en la fábula de sus dedos.
Hoy, la sombra de la ausencia
le grita su congoja
a un bandoneón sin dueño
y una lágrima
se vuelve bruma
lenta, mansa
sobre un tango reo.
© Reynaldo Farías
Hermoso poema, Reynaldo, tiene música!
ResponderEliminarPrecioso y conmovedor, me encantó. Abrazos
ResponderEliminarPrecioso, Rey! Abrazo.
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