Té
Luego, un ojo del mirar. Otro del ver
Claudia Schvartz
Paseábamos por el barrio chino
mientras repetías hasta el cansancio el
poema
que había leído en el restaurante.
Te gustaban tanto esos versos como el
nombre del lugar
donde habíamos almorzado. De la tristeza,
el poema.
“Todos contentos”, sobre Arribeños. El
mismo té rojo
nos llevó
a una tarde feliz.
Tu casa daba a una interminable estación
donde deseaba morar para siempre.
Compartimos todo lo que nos era posible:
unos libros
que marcábamos con distintos colores
para no confundirnos
(el momento más pleno era cuando las líneas
coincidían);
el gusto por el cine francés y el jabón de
glicerina;
los desayunos del domingo, llorar
escuchando a la Chavela.
La vida en esos tiempos era una línea de
luz.
Me había enamorado de tus ojos,
como si en el ambarino cuadro de tu rostro
la dicha me estuviera asegurada.
© Juan Fernando García
Precioso! abrazo grande.
ResponderEliminarMagnífica escritura de una nostalgia o un grato recuerdo de amor. Celebración! Alfredo Lemon desde Córdoba
ResponderEliminarHermoso.
ResponderEliminarVerónica M. Capellino
momento de vida plena en tus palabras y un final que aplaudo. susana zazzetti.
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