La pequeña muchacha
tomó su mejor sonrisa
del fondo del cajón,
donde las guarda,
junto a una que otra mueca de dolor.
La acomodó lo suficientemente bien,
para que parezca real,
y todos celebramos el show.
Cuando me fui,
no pude levantar el peso de esos ojos.
Y guarde uno a uno,
todos los recuerdos de mis manos
en el mismo cajón.
Para que se conserven,
como un cuadro…
© Darío Paiva
Intenso, con varias lecturas. Gracias.
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