“Solemos olvidar
que la poesía es un instante
sabiamente clausurado
antes de que aprendamos a balbucear
la eternidad.”
Ana Emilia Lahitte
VI
(3.600)
Uyuni se fuga en las escamas de un pez
interminable,
vibra en el cuerpo seco de un flamenco
cuando la muerte lentamente sucede sobre
los hexágonos de luz
y la bandada se desgrana en una pregunta.
Primero naufragaron en la oscuridad,
el
agua les cosió los pasos
y otra vez la sequía les llenó de silencio
la mirada.
Dicen que los cactus del salar
son
hombres condenados
cáscaras del viento que guardan la palabra
de Wiracocha,
el ruido que los despertó a la vida.
Dicen que levantaron unas islas
con sólo permanecer
aferrándose a la tierra.
Aquí, lejos de todo, no existe el aquí,
sólo el rumor de un nervio catódico que se
desvanece.
Flores de piedra como ofrendas del miedo,
fantasmas de bórax que aun queman mis
párpados
Y la lúcida resignación de los derrotados,
los que mueren ahí sedientos de paisaje
ciegos por el clamor de la nada.
Sobre este suelo cada sol es definitivo.
El salar se ocupa de lamer el cielo
para que la noche se ensanche.
© Francisco Avendaño
Me fascinó!
ResponderEliminarMuy buen poema, invita a seguir leyendo. Rosa Lía
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