ASELA
Eres la mar
profunda habitada de sorpresas: hay peces extraños en tu vientre, sueños de
marina en la baranda, viejos navíos sepultados en el fondo.
En el
centro que vibra con las olas guardadas un nido brutal de tiburones, una perla
que se agita entre mis labios, un banco de coral bajo el delirio.
Tú eres el
mar con alegres bocanadas, arenas que me cubren en la playa y algas que en mis
puños se derraman.
Tú eres la
mar: me hundo en tus regiones, adentro, construyo, te alabo,
Hosanna!
¡Hosanna!
Sobre el
puente me instalo con un salto,
me lanzo a
la aventura por poniente,
transformo
este paisaje con abrazos,
sé de
océanos ayer tan sólo presentidos,
capeo
temporales que muerden a la borda,
la
fanfarria de tu falda izo en el mástil.
Sobre tu
cuerpo navego lontananzas.
Silba un
viento extraño en tu cabello.
Tus senos
tienen un lejano sabor a continente.
Me hablas
de lugares: por tus dientes
me entero
de archipiélagos que se allegan
al discurso
del mar, como vocales.
Cartógrafo
del sueño y la vigilia
en tus
pezones trazo la deriva.
Rosa
alborotada de los vientos
calculas
derroteros al sextante.
Baja
estrella polar que me conduce.
Constelación
de Tauro entre los muslos
te descubro
religioso a cada noche.
Los
límpidos rastros del compás
te marcan
círculos negros en las ingles,
tinta china
en las axilas,
arcos
perfectos en los ojos profundos.
Atlas
universal del gozo eres, amada:
te poseo en
forma semejante a la del potro.
Forma
planetaria el cuerpo: la tierra
es alta y
esbelta, con abras de cobre
en los
dédalos polares y una cálida ternura
en el
capricornio acariciado.
Visión que
se levanta de las olas,
el grito
jubiloso del vigía,
continente
anunciado por un ave,
las
palmeras reventando una bengala,
un olor
costanero en las narinas.
Viene el
viento terral que hincha el velamen.
Espuma a
punto de ser piedra,
has
emergido como una isla
que hiciera
hervir la sal del mar.
Tierra para
fundar la casa,
piedra
sobre la cual edificarme,
traza de
una ciudad futura
llevas en
los flancos,
anuncio de
un pueblo por venir.
Ya no
puedes partir, eres la tierra.
En ti todo
misterio tiene acomodo.
Al idioma
son inhóspitas tus eras,
a tu
corazón se me queda amarrada la sintaxis.
Por tus
ojos me lanzo en pos de los sucesos.
Inicio una
observancia de prodigios,
una común
visión de los metales
y una clara
embriaguez me sube al punto.
De tus ojos
planetarios vengo y voy a los asombros.
A través de
tu mirada contemplo el silbo
que del
árbol se desprende.
Toda tú
eres a mi cuerpo la pupila.
Alegría
vendaval en tu cintura
me señalas
territorios y marismas,
días que se
granan en próximas mazorcas.
En ti poseo
a todas las criaturas.
Te me tornas
en figuras y animales.
Creo que
eres el barro original
del que
emergieron todos los objetos.
Me derrumbo
en tu vientre de líquidos soportes.
Me enamoro
de tus pies y tus cabellos,
de tus
flancos marinos me enamoro.
Mi nombre
es inquilino de tu boca
y tu boca
se me queda entre los dientes.
La furia
del amor yo te derramo, me derramas.
Entre mis
manos tu entraña se madura,
te rompe
las medidas el verano,
te crece la
cintura como Junio.
Me obligas
a crecer también con esto.
Me
acostumbras al mundo cuando callas;
cuando
callas me entregas continentes.
Con la
cabeza descansando entre tus senos
esparzo la
mirada por ciudades,
por
talleres distantes a las manos,
por campos
encarnados de trigos y pezuñas,
por altos
picos de soleados pinos,
por el
valle extenso
bajo el ala
en vuelo del milano.
Recluta del
prodigio
me ofreces
con tus pechos el planeta.
Mi estatura
por tu valle reverdece y se despliega,
por tu
talle hasta el sol se desarrolla.
Déjame
crecer los frutos sementales,
las constelaciones
vibrantes como hormigas:
inicio un
rotar de oníricas elipses,
una palada
de cal que me duplica,
un cometa
de luz en que me ovillo.
Tiempo de
barbecho es tu costado,
aclaración
de voz y grito extenso, tu garganta.
Hay algo en
ti que no es de nadie,
que te
marca y te anuncia en las esquinas.
Hay algo en
ti que se derrama por tu falda
y siembra
siemprevivas en la acera.
Hay algo en
ti que hace deletrear tu nombre,
que me
lanza por las calles a buscarle de repente.
Hay algo en
ti que yo me aprendo.
Llenándole
la casa, abriéndome los ojos
vas y
vienes por el día.
Me colmo de
quietud
con tu
presencia de alegres ventanales.
Te amo
sencillamente y una piel de marejadas
me revienta
entre los dedos.
La soledad
entonces no es más que una palabra rota.
Sé de una
paz que viene a aletearte en las axilas.
Te mueves
por mis cuartos alumbrado pequeñas pertenencias,
me acomodas
los libros por edades,
la mesa que
tengo tan llena de caballos;
orientas la
finalidad de mis papeles,
restiras
las praderas de mi lecho,
me llamas
para el pan y la sal que me has dispuesto. Alada, aleteas alrededor de la casa
y alrededor
de la mesa.
Me
entusiasma tu presencia en mis lugares,
tus
descubrimientos de mi ropa vieja,
el retrato
de un perro que murió
a los ocho
años de mi edad,
una piedra
que recogí no podría explicar por qué
y mi
asombro de niño por las más leves
movimientos
del fuego.
Todo lo
contemplas y asimilas,
me hurgas
por adentro y yo te entiendo.
Calculo tus
pisadas por mis venas,
por la
sala, mis pupilas,
el calor estival
de tus espaldas
y la cálida
sobra de tu vientre.
Te recuero
antigua, desde siempre, desde allá
donde una
vaca muge en los olanes del alba.
Contigo,
amada, vengo y voy
del
calendario a tu cintura.
Dormir a tu
lado es ponerse a masticar augurios,
levantar la
persiana que ciega el equinoccio,
convertirse
en ala mucho antes de ser pluma.
Dormir a tu
lado es desandar lo conocido,
regresar
hacia lo hondo,
ir
encontrando las señales dejadas en los meses,
hacia el
viento que sostuvo mi interés del árbol.
En mis
brazos te construyo y te derribo.
Te invento
aptitudes y problemas.
Te habito
los ojos en la risa y la risa
te habito
con sucesos.
Te abono
los nocturnos con semillas.
Eres pila
bautismal de mis encuentros.
Te entrego
diariamente un nombre nuevo.
Nos
hundimos en la sal de las olas sucesivas
y aparezco
ante tus muslos transformado.
¡Qué
proyecto de asombro constituyes!
Este amor
tiene más furias que el mar.
© Eraclio Zepeda (1937-2015)
Caso “X”
“Pero hace tanta soledad
que las palabras
se suicidan”
Alejandra Pizarnik
Ser un
número más en la estadística,
sin nombre,
sin camino,
sin recodo
de sueños.
Así el
final, con su principio adverso:
la semilla
cayó, envuelta en la confianza,
en la
incredulidad que desafía, extendió sus raíces virulentas.
¿Qué salva
del olvido a quien cruzó el umbral?
¿Qué
fulminó sin tregua su sonrisa?
¿De quién
será el dolor por la partida si se omite su nombre,
fardo en
que se convierte la memoria,
que indica
solamente el caso “X”?
Ese juicio
sumario del destino puesto en la balanza
para la
encrucijada de la muerte.
© Clara del
Carmen Guillén
El gran poema Asela, de Eraclio Zepeda, gran narrador mexicano, de Chiapas, merece ser compartido. Él escribió mayormente narrativa, pero su poética estuvo siempre presente en su obra, co
ResponderEliminarn gran altura.
No conocía poesía de Zepeda. Nueva luz para mi. Por suerte ya muchos casos X, se están develando...BELLO POEMA!
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