Cuando me
volví
hacia él,
el pájaro
ya no estaba.
Lavé mis
manos, el rostro, la boca
y mantuve
frente al espejo
esa
desolada imagen,
esperando
el arrullo que llegara de afuera.
Con
movimientos torpes
abrí la
ventana, amplia.
El sol,
quieto, voló dentro
de la
habitación como un pájaro amarillo.
Pensé y
pensé frente al hueco de luz.
Disfrutaba
de ese calorcito fiel
que nos
mantiene vivos,
pidiendo,
que este
tiempo,
alcanzara…
para volver.
© Marta Comelli
Hermoso!
ResponderEliminartan necesario, marta, este poema. tanto como el sol!. susana zazzeti.
ResponderEliminarHermoso! Gracias!
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