SONIA
Andaba por
los 17
y era la
prima de las vecinas rusas.
Yo tendría
5 o 6 años
y estaba
fascinada con su pelo largo y rubio,
sus ojos
azules,
su olor a
jardín de invierno,
a moneda de
nieve.
Parecía
estar hecha para el silencio
pero
cantaba
y su voz
era redonda y profunda
como las
notas de un pájaro,
como el
llamado de una campana nupcial.
Cantaba
y le daba
cuerda a una caja de música que conservo intacta
en mi
memoria de infancia:
un molino
que giraba sus aspas iluminadas
al compás
del “Vals de las flores”,
Tchaikovsky
para soñar los sueños de los 5 años,
el
privilegio de ser amiga
de la prima
de las rusas.
Andaba por
los 17
y era tan
hermosa
que yo me
mordía las lágrimas cuando era ella
la que me
desenredaba los rulos
y hundía mi
nariz mora en su pelo rubio cada vez que podía:
jardín de invierno, sí,
moneda de
nieve,
Snegúrochka.
Sonia, la
rusita.
La perdí en
alguna mudanza.
Años
después supe que se suicidó a los 20,
con el
vestido roto
y el
aliento borracho de su padre
empotrado en la nuca.
© Raquel Fernández
Poema bellísimo y estremecedor. Fuertes contrastes que magnifican el drama. Imágenes muy poéticas y originales. Un besito. Adriana Dirbi Maggio
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ResponderEliminarQué buen poema! Qué tierno y a la vez, qué tremendo.
Gracias, Raquel!
Un abrazo,
Alicia Márquez
Raquel siempre estremecedora. Gracias! Jime Cano
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