NÉBRIDA
Esa piel de
persona que se aja como máscara; órgano inmenso que se tuesta al sol, que se
estalacta de frío, que se llaga al viento, donde cada pliegue suda el alimento
de la danza. Piel que se lleva atrás, adentro, donde la cabra y el cabrón, el
cervatillo y la pantera despellejan. Esa piel de marcas, el registro del viril
y del barbado, del mosto y del higo; aún la cabellera, el cuerno y el
sarmiento. La nébrida: ese pellejo de difuntos cubriendo la boca del dormido,
la sombra doble, el reposo justo para alojar al último pétalo de amarilis en el
habla.
© Clarisa Ollivier
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