EL SONAJERO
Catalina
tenía treinta y siete años, cuatro hijos,
y un
sonajero en el bolsillo de su delantal.
Un sonajero
rosa y amarillo
para su
bebé de nueve meses.
Catalina no
pudo verlo crecer.
Ni al bebé
ni a los otros tres.
A Catalina
la mató la Guardia Civil Española
y la
enterró, sin ataúd, dentro de una fosa común,
y la
encontraron, irónicamente, debajo de las hamacas de un parque infantil en
Palencia.
¿Su crimen?
Tenía al
marido preso y a ella la condenaron
porque iba
a manifestaciones y sus buenos vecinos,
de esos que
nunca faltan, declararon
que la
vieron lavar sangre de la ropa de su marido,
mientras
daba vivas a Rusia y mueras a la Guardia Civil.
Cuando la
fueron a buscar
Catalina
corrió por la calle con su bebé en brazos,
pero no
pudo, no pudo, no pudo.
Y hoy,
junto a sus huesos, el sonajero.
Martín, su
hijo, seguramente el destinatario del sonajero
dice: “No
la recuerdo”. “No sé cómo era”. “No había fotos de ella”.
El sonajero
miraba desde la fosa.
Un grito en
rosa y amarillo que, después de ochenta y tres
años,
sobrevivió al dolor, al espanto y a la injusticia.
© Alicia Márquez
Tremendo intenso dolor❤
ResponderEliminarflora levi
Hola Alicia: qué gran poema, qué alegato en este momento donde aún no se han abierto tantas fosas comunes del franquismo asesino. Lo más doloroso es ese sonajero, esa ilusión trunca, esa muerte en el recuerdo del hijo.
ResponderEliminarParte el corazón este poema. Y seguramente hay muchas Catalinas en España, en América Latina. Gracias, Alicia, nuevamente, por este gran poema
Irene Marks