EN LA
FRONTERA. EL INFIERNO
Cavilante,
con las
manos sobre el rosto
ocupa una
silla en la estación de autobuses;
el
desamparo muerde temeroso a la soledad
y la mudez
acalla todo sonido del instante.
La Ciudad
de Tecún Umán la observa
como un
animalito extraño
que se ha
perdido en la maleza;
los
comerciantes con ojos titilantes
engullen su
juventud,
es difícil
pasar desapercibida
cuando eres
canche
en un
bosque de pieles humeantes
quemadas
por el sol.
Me acerco
despacio, con pasos lentos,
no quiero
asustarla;
me siento a
un lado de ella, junto a sus cosas,
las retira
y las pone debajo de sus pies.
hurgo en mi
bolsa y se me cae todo su contenido
amable me
ayuda a recoger
“Muchas
gracias, soy una bereca”
“No tenga
pena”
“¿De dónde
venís vos?”
“Vengo de
Cojutepeque, de El Salvador”
“¿A dónde
vas?”
“No sé,
salí de mi casa antier,
Un chero me
ayudo a huir de mi padrastro,
abusaba de
mí,
llegué a
San Salvador y fui a ver a mi tía
ella me
compro un pasaje
para viajar
hasta esta frontera;
como no
traigo papeles el Ticabus me bajó en “El Carmen”,
tenía la
esperanza de poder cruzar y subirme al tren,
no puedo
regresar, tal vez a Ciudad Guatemala
pero no
conozco a nadie.”
La mire con
agudeza
quería
saber si desnudaba con las palabras
la verdad
que se escondía en sus ojos,
es muy
joven, aún se atisban rasgos de niña
en su cara
pálida de virgen mancillada por el tiempo.
Su edad, no
le permite advertir los peligros de la aventura
mucho menos
ver el centellear de las cuencas lascivas y lumbrosas
de los
esbirros de Satanás que proliferan en esas tinieblas.
Escurro mi
vista sigilosa sobre el páramo adyacente
espero que
los cancerberos
ya no
tengan interés por la presa
y
sobrepasemos el quicio del riesgo
que nos
separa de la puerta.
Le digo que
me escuche atentamente
“estas en
peligro, a punto de ser arrojada
a un
infierno peor al que tenías en casa;
agarrá mi
bolsa y yo cargaré tu mochila,
te llevaré
a la Casa del Migrante
no voltiés,
solo caminá junto a mí”
Bajo una
tarde luminosa
salimos a
esa falsa ciudad
con rumbo
al refugio prometido;
atravesamos
no la Frontera
sino la
calle vestida de basura,
tiendas de
paca y cantinas,
donde la
lujuria camina desnuda
apoderándose
de cuerpos y de edades.
Llegamos a
su nuevo hogar
le hago
recomendaciones,
hablo de la
maldad de la gente
y de los
diablos que tienen infiernos lupanares
atestados
de niñas como ella.
La abrazo
efusiva
como si esa
patoja fuera mí familia,
empieza la
lluvia
¿qué putas
hago yo mojándome con esta tormenta?
Esas
tempestades jamás dejaran de caer.
© CHARY GUMETA
Muy fuerte historia!
ResponderEliminarImpresionante, muy bien el desarrollo, triste pero muy real. El final, impecable
ResponderEliminarPatricia Corrales
mi sensibilidad me traiciona, no puedo evitar el llanto. susana zazzetti.
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