“Tratado de mecánica celeste”
Flor doméstica, beso que besa triste a una
amiga;
inocultable paz, vergüenza casi —tu nombre
pegado a
mi boca—
mi boca diciendo que esta boca no es tuya
ni mía;
un ritmo insalubre, un ritmo otra vez y
otra vez
malhumorado, que siente vergüenza de sí
mismo,
y me digo y me dices: «no me acuerdo». Qué
palabras
son esas.
«No niego esa pequeña f lor en mi balcón
doméstica» —dije. «Domesticada» —dijiste,
no sé de dónde vino semejante f lor:
si la pesqué o la cacé o la maté de algún
modo
a esa f lor antes ajena y libre
(la maté de algún modo para poseerla,
para dominarla con cierto criterio de
belleza
más salvaje aun que su condición).
Qué banal, qué venática, qué vena abierta,
qué ventolera:
cómo enseñar a jugar a una f lor,
cómo enseñarle a jugar con los demonios de
una casa.
Qué decirle cuando nos quedamos solas.
—«¿Me vas a enseñar a jugar?» —le digo yo a
la flor salvaje.
Qué voz es esa:
¿la de mi madre afónica por la tiza o es
Emilia otra vez?
¿quién amenaza, quién provoca, quién quiere
entretenerse?,
blanca mi madre, blanca Emilia, yo verde.
Qué cosa inmaterial su voz, qué alegre la
voz de mi madre
después de tantas horas de clases,
qué tierna revancha al paso del tiempo.
La voz de mi madre qué cantarina —dice mi
padre.
¿Y ahora soy feliz?
Ahora y después o mañana y antes incluso
quizás.
Ayer mientras llovía quizás estaré lista
para ser feliz.
Me quedaré tranquila un rato ayer. Hablaré
más bajito y más despacio ayer.
¿Me vas a enseñar a jugar, mamá?
© Nara Mansur Cao
Me encanta este poema
ResponderEliminarMe emocionó