Y tú, de pronto, acaso
me dijiste otra cosa.
No fueron tus palabras de hoja
recortadas de sol antiguo.
Fue como un salmo.
No. Fue como un rezo.
Tus palabras entonces fueron todas
un juego de cristales en el aire
y me encerraste en una gran vidriera,
una gran catedral,
una gran lágrima…
Tiempo de espera y Dios.
Y me
rodearon
guirnaldas y sonrisas por la tarde
© Teresa Gómez
bello poema, saludos y felicitaciones.
ResponderEliminarAnahí Duzevich Bezoz
Me gustó leer este poema logrado.
ResponderEliminarUn abrazo Ana Romano.