Pez de piedra tres
Este es un intento
de caer al fondo de la soledad más pura:
el de no hablar.
La forma de los atardeceres me hiere,
me alegra su color tardío
cercano al vientre,
cercano a cada latido que comienza a
encenderse
por las calles
extrañas y propias.
Sueños remotos me llaman,
esperan.
Tendrás tiempo para tomar el té,
vendrá el calor,
vendrá la lluvia,
vendrá el olor a tierra mojada.
Tus flores
se duermen
en pequeños sueños
eternos.
Los días son como un pañuelo bien planchado
donde las moscas no se atreven.
Busco algo que ocultan mis manos:
una pequeña pieza de relojería
anterior a nuestros huesos
que ahora sólo existe en el paladar,
como alguna melodía,
como voz providencial.
Los musgosos tejados consumen la ventana.
Hablas sin repetir los miedos,
sin mencionar las treguas
que nos damos
cuando el río ya no llega,
cuando hay un montón de piedras para jugar,
para imaginar tormentas,
para esperar la hora del té
con trozos de pan
de las manos de un ciego.
Es el olor a libros,
(a polvo de antes)
el que ya no está,
el que ha desaparecido para siempre.
Amo los geranios,
las piedras,
la luz temprana que guarda los silencios.
Después de los rumores:
una hoja muerta,
unos pasos confusos por andar y desandar,
unos fuegos apagados,
una silenciosa partida.
Ahora, un miedo remoto cosquillea en mis
oídos.
Y habrá poesía
para tenermos de nuevo en el fondo de un
jardín
amarillo,
jugando al olvido,
a los viajes continuos.
Lo días retornan de un lugar intacto,
como frutas dulces que acarician tus ojos.
¿Qué será de estos huesos que ignoro,
que no veo,
que son como mi alma?
¿Qué será de mi alma que ignoro,
que no veo,
que es como mis huesos?
¿Acaso habrá una forma de llegar al agua,
de romper los muros sin estruendo?
Huye la palabra como un pájaro asustado,
desaparece,
como desaparecen sus huesecillos
misteriosos.
© Paura Rodríguez
Leytón
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