Opresión en sepia
Cuando la casa reposa de sus ruidos y
hechuras
los relojes traman estrategias.
Durante el día cualquier cosa los oculta
y aquieta. Viento en los cristales, puertas
que los espíritus abren, pájaros y niñas
al lado en disputa
por el color más bello del mundo.
Si la naturaleza calla y los monstruos
urbanos
por derrota o cansancio se repliegan,
bajo los techos acometen
con sus espadas los relojes.
Es preciso por azar despertarse
a la hora que la serenidad invade y las
terrazas
se manifiestan apenas por el paseo de un
gato,
para descubrir el unísono.
Irrefrenable
coro, letanía perfecta.
Un minuto tras otro cae a ningún sitio,
lejos,
mientras en el lecho tranquilos olvidamos
la traición que se acentúa cada noche.
Los relojes se alimentan del silencio y el
descuido
de los humanos
para correr su eterna carrera contra el
universo.
Nosotros, convidados de piedra.
Víctimas de antiguos y nuevos mecanismos,
de lo que en la pared pende o en la mesa de
luz
poco a poco
nos horada y despoja.
Ya las niñas no dicen turquesa o azulado.
Son mujeres retratadas en sepia, el color
que los relojes
inventaron.
© Alicia Salinas
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