Esta es la ciudad de los amantes, María.
Diminuta, perdida en el corazón de un país
extranjero para los dos.
Un muelle adecuado al crimen.
A la voluptuosidad de perder lo que aún
no terminamos de vivir.
No lo terminaremos, ésa es su pasiva
perfección,
el horror y maravilla de lo indefinido.
Deliberadamente no nos decimos demasiado.
Viajamos a los bordes para disimular
nuestra íntima
miseria, aquí, en la dignidad y sordidez
de una pobreza inmune a nuestro sol.
No hay ciruelos en Ciruelo.
Tampoco la calle de un conquistador.
Nadie sabe con exactitud la historia de su
nombre.
Cada cual inventa su leyenda, igual que
nosotros,
detenidos en un empedrado aceitoso donde
aparece
un arco iris después de la lluvia, como la
cola de
un prodigio.
© Paulina Vinderman
Querida Paulina: siempre mágica tu poesía aunque "no hay ciruelos en Ciruelo". Una auténtica maravilla leer tus palabras y ese final "como la cola de un prodigio"
ResponderEliminarHermoso
Irene Marks
Qué placer leerte, Paulina!!
ResponderEliminarBesosss
Hermosa esa voz emocionada que trae el poema. Me gustó, Paaulina.
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