EL HOMBRE DE LA BOLSA
Cuando eran las vacaciones,
cuando los patios se llenaban de glicinas y
uvas chinche,
cuando el cielo era inocente,
cuando jugábamos a la pelota, al dinenti,
al carnaval, con baldes y risas,
cuando saltábamos a la soga o cambiábamos
figuritas,
(las que tenían brillantina valían más),
cuando nos escapábamos de dormir la siesta
y nos divertíamos en la calle,
apenas subía el griterío,
una madre se asomaba y decía,
como un juicio final: “Si se siguen
portando así
va a venir el hombre de la bolsa”.
No decía nada más. Ni que nos llevaba
ni que nos secuestraba, ni que nos iba a
matar.
Simplemente dejaba caer el evangelio feroz
del disciplinamiento: “Va a venir el hombre
de la bolsa”.
Nunca venía. Y seguíamos con nuestros
juegos,
transpirados, colorados, felices.
Hasta que una tarde apareció por la esquina
un viejo
con una bolsa que gritaba: “Lemone,
lemone”.
Ese fue nuestro Freddy Kruger. Un terror
barrial,
pero terror al fin se apoderó de todos. La
calle quedó desierta.
Las madres habían ganado la partida
© Alicia Márquez
cuánta vivencia, cuántos recuerdos!! me encanta este poema. susana zazzetti.
ResponderEliminarMe encanta.
ResponderEliminarJajaja! Buenísima! Beso.
ResponderEliminarMuy bueno, Alicia. Pensar que lo que los mayores nos decían son imborrables, aunque nuestra mirada actual domina las palabras antiguas y nosotros no lo haremos. Conciso y eficaz. Isabel Llorca Bosco
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