Es cierto, no estuvo dirigido a nadie. Escribí para mi
soledad, lo admito, para mi propio llanto. Lo hice en nombre de la paz como una
bandera ondeando entre dos bandos. Qué absurdo; qué egoísta es el minutero
cuando rebasa con ahínco a la regordeta aguja horaria. Siempre supe que
grabaría en papel aquel nombre que un día perdería. La pintura se corre de los
ojos como un fresco, como si Vincent lo hubiera soñado, ángeles encendidos en
el ala del sombrero, orando juntos, sin un sólo nombre más que la luz de la
cobardía. Miré, las paredes de colores y sentí el alma resonando, el cielo,
cerrándose como la garganta; la vuelta imposible y las calles con olor a
lluvia. Me di cuenta que el pan faltaba en la boca, que con el despojo de
tantos nos abrazábamos en la noche. Es cierto, gritábamos sordamente como si
fuéramos muchos, todos juntos en ronda de sueño, sangre y tumulto.
© Leonardo Vinci
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