Páginas

20/5/18

Poema de Hugo Francisco Rivella





EL ALIMENTO 

Me alimento con el mendrugo de pan del hechicero,
sus pócimas, (aletas de tiburón con raíz de gingseng, una pata de sapo con cenizas de mangle y una piedra volcánica del Mar de los Suspiros).
Me alimento con el barro que amasa el alfarero,
sus demonios deshechos buscando una salida y la forma del viento tronando entre los dedos.
Me alimento con las garras del tigre cuando sueña la selva,
las ramas de mi sangre por sus árboles solos y el canto de los pájaros inundando mis alas.

Mi alimento es la noche de borrachos y putas,
(salvavidas del náufrago si las toca el abismo).
La espada hundida en el cobarde hasta la empuñadura,
el rastro del caído porque le llora el alma y el corazón del monje porque le falta cielo.
Mi alimento es la rosa con sus pétalos ciegos de mirar en la lluvia una niebla de peces, el cisne del espejo con la voz del otoño y el temblor amarillo del jaguar y sus ríos.

Me alimentan los toros de miura y las glicinas de las casonas viejas de Madrid, el sol de Cartagena con sus cumbias y el ritmo de bongóes que tienen las mulatas,
la piel como un  incendio
y el contraciego giro de la luna en la playa.

Mi alimento es la muerte que arrastra las cadenas de un barco que se pierde más allá de la noche,
la oscura sed de piedra que tiñe los lamentos de la madre que busca la luz en los escombros de Hiroshima
o se arranca los ojos en Bombay
o imagina  el prostíbulo donde violan a Cristo
y los muros del búnker donde gime un poema.

Me alimentan los pasos del niño en el recuerdo y la lluvia en los cedros de la plaza de un pueblo, sus casas achatadas por el peso del cielo y el pájaro que vuela sus últimas campanas.

Mi alimento es el verso de Machado y Celaya, 
Aragón y Ezra Pound en el ojo de un tigre,
la carta deshuesada de Rilke a los poetas,
y la mínima copla de un cantor en los cerros.
Mi alimento es la Sombra,
la vidala perdida que Espinosa persigue más allá de los vinos por las calles de Salta, los jueves en París y en aguacero,
la campiña celeste del cielo en el Caribe y las ranas fantásticas del lago Tangañika.

Mi alimento es el cuerpo de la mujer que amo con los dientes  y el fuego de una planta carnívora,
su piel como un aceite de oliva y avellanas,
su lengua interminable y cálida, sus gemidos, la trampa de sus brazos y piernas.

Me alimenta la brújula de un barco en alta mar y las velas henchidas por los vientos del trópico, el lobo que en la nieve desploma sus destino y los copos que sueñan el vuelo del halcón.

Mi alimento es el hombre con sus huesos heridos,
su calavera, el torso, las huellas de su sangre,
el ojo empecinado de escudriñar la jaula que encierra el alarido de su voz en la sombra, la música del alma cuando suelta sus pájaros y le quema dolida su niñez deslumbrada.

Me alimenta saber que yo soy mi alimento.


© Hugo Francisco Rivella

4 comentarios:

  1. Síntesis de lo numeroso y múltiple. Poema espléndido.Un abrazo Isabel Llorca Bosco

    ResponderEliminar
  2. Cuanta belleza, enorme poema.

    Un abrazo.

    Tana Pasquini-

    ResponderEliminar
  3. Excelentes imágenes! Bravo por tu decir tan bien y poético.

    ResponderEliminar
  4. Cuanta oscuridad en este conjuro!... un halo de perversión recorre el poema, de ese herido ser que se reconoce.

    Muy bueno, abrazo!

    ResponderEliminar