Habías restado una palabra, después otra, y entonces
comenzaste a hablar, acá, en mí, en los pasillos que quedan vacíos cuando la
gente se va.
Y no por casualidad, la oscuridad deja ver cosas que el día
no. En la galería sin luz, igual a un balcón negro en la luna, en el banco
quejoso de madera expuesto a la invisibilidad del campo, la tarea de adivinar
tu rostro según penumbra. Tu perfil saliente clavado lejos como otro silencio
animal. Esa línea, que bajaba por tu frente y se hundía vertiginosa entre los
ojos, se arrojaba después por la nariz, tal vez, hacia el infierno de las
líneas. Ese zig zag, que separaba tu cara del resto del anochecer, era un
garabato, o el trazo que describe un látigo en el aire, no lo sé.
Y como un sobresalto, acaso, arreaste con tu mano el pelo a
la zaga como una de las últimas visiones. En más, casi tuve que inventarte
entre sombras. Y eché mano al recuerdo para aliviar tales transformaciones al
intentar mirarte, desde bestias y dioses de fábulas, hasta manojos locos de
puntos luminosos.
© Leonardo Vinci
Reflejos viajeros 🎵🎵, bueno siempre poeta!
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