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24/1/18

Texto de Leonardo Vinci

  

Habías restado una palabra, después otra, y entonces comenzaste a hablar, acá, en mí, en los pasillos que quedan vacíos cuando la gente se va.
Y no por casualidad, la oscuridad deja ver cosas que el día no. En la galería sin luz, igual a un balcón negro en la luna, en el banco quejoso de madera expuesto a la invisibilidad del campo, la tarea de adivinar tu rostro según penumbra. Tu perfil saliente clavado lejos como otro silencio animal. Esa línea, que bajaba por tu frente y se hundía vertiginosa entre los ojos, se arrojaba después por la nariz, tal vez, hacia el infierno de las líneas. Ese zig zag, que separaba tu cara del resto del anochecer, era un garabato, o el trazo que describe un látigo en el aire, no lo sé.
Y como un sobresalto, acaso, arreaste con tu mano el pelo a la zaga como una de las últimas visiones. En más, casi tuve que inventarte entre sombras. Y eché mano al recuerdo para aliviar tales transformaciones al intentar mirarte, desde bestias y dioses de fábulas, hasta manojos locos de puntos luminosos.


© Leonardo Vinci

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