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29/11/17

Texto de Osvaldo Burgos


LA COSTUMBRE

Antes de que la enfermedad de los monumentos atosigara a la gente, aquellos que se creían notables acostumbraban a cubrirse el cuerpo de oro. Y así andaban por la vida, brillantes, rígidos, luminosos, en medio de las endebles insignificancias oscuras de los otros.

Con el tiempo llegaron las ciudades, los estados, los gobiernos. Los hombres luminosos necesitaron cada vez más oro. Los hombres oscuros viajamos cada vez más lejos, cavamos cada vez más hondo, trepamos cada vez más alto.

Como la venganza, la codicia solo puede parirse a sí misma. Y a sí misma se replica, innumerable.

Un buen día, los notables se declararon la guerra. Y los insignificantes fuimos; unos a otros nos masacramos sin piedad. Desde entonces, nunca hemos dejado de hacerlo.

Cada vez que un notable exige oro, allá vamos. Y con nuestros nuevos cadáveres a cuestas, volvemos a una casa que ya no existe más.

Paternidad y patria eran, para los héroes homéricos, un único concepto.

Dejamos la casa natal para llevar a nuestros hijos a la guerra. Erigimos monumentos para que tengan una buena razón para morir.



© Osvaldo Burgos

1 comentario:

  1. Traducir en belleza tal claridad conceptual de la tragedia humana, es de privilegiados. Me gustó muchísimo, Osvaldo.

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