No sabés las veces que lloré; así te lo digo, de hombre. Me quedaban los
ojos chiquitos y como florcitas de acacia. Yo casi verde en la sombra obtusa de
un rincón, boqueando la geometría incoercible que la tartamudez impone a la
respiración. Y el tiempo sin mensuras ni atisbo, detonaba cíclicas granadas de
palabras vengativas en la boca, mientras que mis brazos eran disputados por dos
potros aguerridos del color de la lluvia. No sabés cómo maldije, a nadie, al
aire, al mundo mudo; y cómo detesté por primera vez cualquier sonido, tampoco
quería escucharme . Me volví tosco repentinamente; entendí, asentí con la
cabeza, lo rudimentario que uno puede ser. No sabés las veces que lloré, se
convertía en adicción; lloraba por mí, por algo sin explicación, una canción
sin palabras. Esa música, esa instancia, estaba en ese rincón junto a mi,
mientras el mundo se hinchaba y crecía como un fermento que apenas podía ver;
el aire se hacía opaco, niebla, pero eran los ojos, lo que uno hace con los
ojos. Cuánta maldita poesía, sobre una mesa, en las botellas, andando lenta
como corazón de animal dormido.
© Leonardo Vinci
Bello texto. Enigmático. Abierto a lo que el lector lleva consigo y le hace escuchar lo que nadie dice, pero él recibe como si lo dijeran para él. Originales y hermosas imágenes. Me gustó mucho. Un abrazo. Adriana Maggio (Dirbi)
ResponderEliminarAsí es ...no sabés, las veces que llore ;intenso, gracias 💚
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