Poema de Noemí Correa Olivé

NÓMADE

Cabalguemos sobre el tiempo que nos resta

con el asombro de un niño,

ya no quiero oír

las causas del fracaso,

escribo con tinta de lluvia

sobre la nostalgia

que se descuelga

entre las cortinas de tu ventana.

La naturaleza que asedia

me urge a preguntas pendientes:

¿Debutan las amarilis abriendo su cielo en la tarde?

¿Se durmieron las farolas en tus ojos de océano?

¿Se atrincheran los infinitos en tu boca?

Ya no los quiero,

ya no los quiero.

A la lumbre de un leño improvisado

besé tu espalda dormida

y puse proa sobre un mar de inocencias

hacia el puerto enclavado

en el azul de un enigma.

Soy girasol que huye

de la luz de lo eterno,

amo las despedidas

que se deshojan

en angustias de caléndulas.

Lo efímero es una herida,

una  herida que no cierra,

es un tajo en la conciencia

con sabor a miel helada,

es antojo simultáneo

de caricia y chocolate.

Cuando mi mano al tocarte

aún es garra que esculpe y subleva,

lo efímero me atrapa

en su pasión de instantánea.

Y cuando aún reclama mi boca

otra estrechez de tu boca ungida de caramelo

persiste una demanda de ausencia

que me lanza a la vorágine

de otra ventura leve.

Y me enamora, lo efímero me enamora.

Cuando gime el pasto en su derrota

mi abrazo te obsequia

esa libertad de gacela.

Y arde la vida

ay, cómo arde la vida,

cómo arde…

Para sentir que no he muerto a orillas

de un río que ya no riega,

para sentir que no he muerto a orillas

de un río que ya no riega…

despliego el velamen de mi locura

cuando aún la correntada

es quimera

y es metáfora

de otro horizonte en fuga.

© Noemí Correa Olivé

Foto: Gustavo Tisocco