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26/8/17

Texto de Osvaldo Burgos


EL INQUILINO DE ZEUS.

Término era el dios de los lindes, de las medidas, de los finales.
Cuando el emperador dispuso que el Capitolio honrara únicamente a Júpiter; todos los otros dioses que hasta entonces habían morado allí juntaron disciplinadamente sus emblemas, clausuraron sus capillas, se resignaron a la errancia. Término, no.
La obstinación es el lujo de quienes solo sobreviven por su empeño.
Un dios empecinado es siempre un mal augurio para los poderosos.  La cuestión no podía resolverse por la fuerza y era poco probable que un simple emperador lograra convencer a semejante deidad. Pero después de algunos sueños incómodos, los arquitectos encontraron la respuesta.
Pragmáticos, construyeron una cúpula sobre el templo de Júpiter y un mecanismo que se abre hacia el cielo, en el que Término oficia, incesante, su ritual.
El dios de los lindes, de las medidas de los finales es también, desde entonces, el dios de lo ilimitado, de lo incontable, de lo infinito. Tiene su lógica.
Nada termina nunca verdaderamente y todo porta el resabio de lo que tal vez sea. Solo lo incalculable justifica el cálculo y lo que pudo haber sido insiste en lo que es. No hay rupturas, no hay cortes, no hay abismos.
Siempre es todavía 23 de febrero.
Siempre te estás yendo, como los dioses inmutables que se quedan.
Y siempre espero que me digas, de una vez y para nunca, lo que necesito escuchar.


© Osvaldo Burgos

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