EL INQUILINO DE ZEUS.
Término era el dios de los lindes, de las medidas, de los
finales.
Cuando el emperador dispuso que el Capitolio honrara
únicamente a Júpiter; todos los otros dioses que hasta entonces habían morado
allí juntaron disciplinadamente sus emblemas, clausuraron sus capillas, se
resignaron a la errancia. Término, no.
La obstinación es el lujo de quienes solo sobreviven por su
empeño.
Un dios empecinado es siempre un mal augurio para los
poderosos. La cuestión no podía
resolverse por la fuerza y era poco probable que un simple emperador lograra
convencer a semejante deidad. Pero después de algunos sueños incómodos, los
arquitectos encontraron la respuesta.
Pragmáticos, construyeron una cúpula sobre el templo de
Júpiter y un mecanismo que se abre hacia el cielo, en el que Término oficia,
incesante, su ritual.
El dios de los lindes, de las medidas de los finales es
también, desde entonces, el dios de lo ilimitado, de lo incontable, de lo
infinito. Tiene su lógica.
Nada termina nunca verdaderamente y todo porta el resabio de
lo que tal vez sea. Solo lo incalculable justifica el cálculo y lo que pudo
haber sido insiste en lo que es. No hay rupturas, no hay cortes, no hay
abismos.
Siempre es todavía 23 de febrero.
Siempre te estás yendo, como los dioses inmutables que se
quedan.
Y siempre espero que me digas, de una vez y para nunca, lo
que necesito escuchar.
© Osvaldo Burgos
Desde el silencio y el trueno, grandioso.
ResponderEliminarQue te quiero mucho y te admiro???
ResponderEliminarEso querés escuchar???
Susana Giraudo