Mis vestiduras sangran desgarradas al viento desgarradas,
como palomas crueles, como nubes de plomo,
el círculo de espadas revienta mis omóplatos y vuela,
se asoma a las uñas del ateo,
a la risa del ajo y el muérdago reseco.
Mi Madre reza un no sé qué en voz baja
y el ladrón al costado saliva mis espinas,
escupe lo que pienso de dios y la palabra,
la demencia,
las doncellas que fraguan laberintos en donde el peregrino
arrodilla sus huellas.
Padre,
siento que voy cavando poco a poco tu olvido.
© Francisco Hugo Rivella
Intenso poema, bello.
ResponderEliminarAbrazo
Elisabet
Profundo y bello
ResponderEliminarUn abrazo Graciela Barbero
Poema sensible que se convierte en fuerte !!!! saludos de María Luisa Márquez
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