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12/5/17

Texto de Sonia Quevedo


COMO TODAS LAS NOCHES 

Como todas las noches llega el hombre, se sienta en la silla del corredor de adentro, el del patio del centro de la casa, el del azahar de la india. 
Saluda a la abuela que aplancha camisas con almidón de yuca; recibe el café y empieza como de costumbre a contar sobre brujas y fantasmas, sus historias de siempre, largas, cargadas de emoción y humedades. 
Separa las piernas para sentarse como lo hacen los hombres extendiendo un poco más la ruana hasta cubrir los tobillos y a la niña, que acerca despacio hasta tenerla entre ellas (sus piernas) apretando de apoco su fragilidad tan tierna como si fuese demostración de afecto; la abuela asiente. 
Sorbo a sorbo y lento termina el café, se estremece dando fin a las historias y al acto. 
Sumida en un silencio infinito se aleja la niña con el temor de siempre y sin entender, nada dice, tan solo presiente que algo pasa. 
A todas estas, las más pequeñas se encuentran sentadas debajo de la mesa en medio de perros y gatos esperando, asustadas y curiosas el fin aterrador de las historias. 
Se estremece la niña, siente correr por sus piernas algo cálido, viscoso y fastidioso; temerosa ante de lo desconocido, llega hasta su habitación oscura, se mete bajo las cobijas…  suspira; la abuela nada dice, nada sabe, nada ve… nada importa. 
Acuesta a las tres más pequeñas, se despide del hombre y lo invita a tomar su café a la siguiente noche. 
El hombre siente, se levanta, sonríe y se despide como todas las noches levantando el sombrero.  


© Sonia Quevedo

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