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17/5/17

Texto de Osvaldo Burgos


LO QUE SIGUE (una versión alternativa)

Cuando el invierno al fin pasó, los hambrientos perros de un cazador errante, encontraron a Acteón inmóvil en el bosque.
Tenía las manos deformadas por las caricias que, aún entumecidas, seguían sobrándole en los dedos.
Y más allá del empalidecido horizonte de sus labios, apenas delineados ya, un río seguía fluyendo incontenible. Se remontaba al Caos y a las tinieblas.
El ser sin lenguaje es nadie. El lenguaje sin ser es nada.
Como Áyax, hay quienes se marchitan; como Ulises, hay quienes se esfuman. Y como Penélope o Nausicaa, hay también quienes esperan. O no.
Acteón murió ahogado por sus besos ausentes.
Cuando los perros llegaron hasta él, tenía una sonrisa calma, apenas insinuada.  Apartándolos, el viejo cazador se detuvo un momento; y, en un imprevisible gesto de piedad, le cerró los ojos.
Desde el fondo de los siglos, Acteón pareció agradecerle. Diana ya no se escaparía por ellos.
Iluminándolos, el sol comenzaba a entibiar otra vez los viejos árboles. Ya era hora.

© Osvaldo Burgos

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