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18/4/17

Texto de Angélica Antúnez Salerno



“Gorriones esquineros”

Ayer nomás, Boedo, con tus puertas sin llaves y las sillas en el fresco anochecer de los árboles y el saludo cotidiano; va la porteñita hasta el buzón del rojo correo que es olvido, con su carta adolescente para otra adolescente.
Fue en febrero y todos los “gorriones esquineros” sucumbían al aire porteño con esa prudencia íntima del brillo del sol o de la luna en los adoquines temblorosos al paso del tranvía.
Era el misterio de la existencia renovándose.
Y fue así, como en el tango “Adiós corazón”.
La descubre y la sigue y esa noche, él, la ilumina con sus ojos azules cuando la luz del farol descansa en su pelo rubio, ese que venía desde su abuelo inmigrante.
Así, comienzan los romances de los “gorriones esquineros”, siempre fugaces o no, y en ese atribulado barrio sur se ve una niebla de mínimas alas que le otorga un cielo de tango a nuestro Buenos Aires.


©Angélica Antúnez Salerno

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