LA
CALLE DE LOS VÁNDALOS
Los
vientos de agosto han apurado su lengua de cuchillos
y julio
hierve aún en las calles y los tejados.
He
huido de la vieja muerte agazapada, allá, en las rojas esquinas de la tierra.
Hoy el
cielo de plomo cae humeante en el abismo de los ojos y los ciega.
La
plaza se borra con mis pasos sobre el húmedo espejo de las piedras.
A lo
lejos anuncian el caos de los vándalos
gritos
de trompeta, estruendo de tambores.
Ya
llegan. Han dejado sus altas guaridas del humo
y de
nuevo baten hierros y harapos cual banderas.
Las
piedras dormidas del río y el eco roñoso de los puentes
amainan
la algarabía en los contracantos del agua.
Se
acercan. Unos lanzan fuego por los ojos y las bocas.
Otros,
en zancos, bailan la anárquica musurgia
de sus
fierros, sus cueros y sus bronces.
Todos a
una, cruzan la plaza e incendian Shakespeare and Company.
Una
nube de ceniza y memorias de papel se roba el cielo.
Y al
canto de todos, todos se arrojan a las aguas
y
asaltan los muros sagrados de la Isla de Francia.
Un
monstruo grita en las torres. Una mujer llora con llanto de campana.
El Papa
balbuciente ora en su pequeña celda de cirios y madera:
el
chirriante olor del sebo ardiendo amasa la muerte con la santidad.
Adentro,
en el templo sombrío, de blanco puro tras el altar, cantan los niños.
El agua
espesa del río tiembla. En los hondos subterráneos de la vieja ciudad muerta,
pasan
los trenes del olvido atestados de pasajeros sin destino:
Ancianos
lectores, niños envejecidos, ruinas de un mito disecado.
Por las
junturas de las piedras los vándalos trepan hasta los vitrales de oro.
En lo
alto, una gárgola pierde su nariz. Cae y dibuja círculos concéntricos
sobre
la pestilencia del foso. Los vándalos gritan de gozo.
Una
mano de piedra levantan las manos del vándalo más ronco.
Una voz
de granito se derrumba en trozos. Más gritos.
El
zanquero rompe un cristal rojo con el palo de su tambor,
el
fuego se escapa y vuelve la arcilla a ser detritus.
Por la
luz del agujero las navajas de agosto arrojan a la ciudad de las orillas
la voz
blanca de los niños: Puer natus est, canta el coro.
Otro
cristal se hace polvo contra la boca herida de un demonio.
Crece y
cae el canto como un mar en cada oído preso en su caracol.
Uno a
uno los vándalos descienden de los muros profanados.
Han
triunfado. De nuevo han triunfado los vándalos.
Ya se
agazapan por los rincones donde huye la luz de la noche.
Ya
ahogan su locura en el jugo tibio de las amapolas.
En la
mitad del verano ha llegado el otoño con su lengua de alabastro pintada de
rojo.
Amanece.
Las jeringas rotas ruedan hasta el río por las escalinatas del templo.
Se
aleja el canto de los niños. Amanece y es torpe la algarabía del retorno.
Julio
revienta todo su calor contra el brillo de la plaza.
Las
flores lentas reverberan en el cerebro.
Ya
regresan. El humo y la fetidez abarcan todo el cielo
y el
viento de agosto hierve su óxido de hojas
sobre
el alma podrida de las aguas profundas.
Ya
llegan a su calle vieja los vándalos. Ruge el pequeño sol
y con
los vándalos yo me acuesto sobre las piedras rotas
a
esperar la herida de los primeros cuchillos de noviembre,
la
borrachera de los cuervos en la blancura del amado invierno.
© Carlos
Satizábal
Hermoso poema donde la profundidad de cada versos ahonda lo más íntimo de nuestro ser
ResponderEliminarGraciela Licciardi
ResponderEliminarEl poema alegórico, el poema trágico, el poema lúdico, rico en imágenes, inscrito en la unidad de la cultura, engastado en la historia bellamente traspuesta al presente.
Gracias Maestro
Walter Mondragón