EPÍLOGO
Habré muerto, lo sé; pero entretanto
esperad que regrese una mañana
aunque no vuelva nunca a mi manera.
A. L. Baena.
Bajábamos
hacia la temprana memoria de los hombres,
hacia el equilibrio sagrado
de las cosas terminadas
y era la amanecida
una sinuosa crecida de sigilos y prefacios:
dúctil música de los arroyos,
retablos ardiendo en sombras,
antiguos ecos
desatando su hondura de cantos gregorianos,
vespertino adviento
y el ufano oro en las jarcias del deseo.
Bajábamos
hacia la mansedumbre azul de los inviernos:
cuando ya la escarcha
extendía sus níveas redes sobre el huerto,
sobre los espíritus dolientes de las acequias.
Traducimos el aroma del viento,
la eternidad varada
en las yemas de la higuera;
los pueblos del olvido,
el rígido letargo de los puertos del norte.
La vastedad de los valles,
anticipando su espejismo
de ánimas benditas
y su agrio sabor a níspero y a armarios.
Vendrá, amor mío, vendrá la mañana
como un calor mundano que quiere despojarnos,
como una antigua herencia,
como un pleamar de magnolias ahogadas.
Vendrá, vendrá también el mar,
rozando los hombros desnudos del ocaso
para coronar de algas y luciérnagas
los jardines celestes de tus sienes.
Vendrá, vendrá otra vez, el amor,
la memoria, el mar, el invierno, el huerto…
Volverán otra vez
las calandrias a nuestros ojos,
por la mañana desnuda de los hombres.
© Jorge Moreno de los Santos
Vendrá, vendrá también el mar
ResponderEliminarrozando los hombros desnudos del ocaso
para coronar de algas y luciérnagas
los jardines celestes de tus sienes.
Querido Poeta, tus palabras guardan la magia, la hechura de los iluminados para maravillarnos con la escritura. Felicidades. Vic
bellas imágenes que transportan en el tiempo..
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