Caminante
Caminante que deja algo de sí en el camino, escucha el
cencerro que cuelga de un humano quien ha extraviado su humanidad pero sigue dando pasos. Al doblar
de su destino la descubre acurrucada en
cuatro esquinas repitiendo su última agonía. Y la toma entre sus brazos, ambos
hechos piedad buscan templo, capilla, altar, un espacio donde aposentarse, para
observarte, caminante, con tus máscaras que quitas y que pones, que delatan tus
premeditadas huellas. Te absorbe la hostilidad de tus cansancios, pero unges
tus pies con el polvo del camino, procuras la sombra del árbol centenario que
generosamente te cobija, bebes ríos, cantas pájaros, respiras norte y sur, te
comprendes en la hoja, reverdeces, brotas, das tu fruto. Pero vuelves a tu
andar bajo un sol que ahora te castiga, te marchitas, te anocheces, te
huracanas, te arrancas de raíz, irreconciliable, inhóspito, y retornas a tus
máscaras, las que te han llevado a salvo por la vida. Enmascarado andante,
retomas veredas, el filo de tu paso va dejando cicatrices, se te multiplican
las voces que te dividen, te suman y te restan, pero sigues estando, te
quedas en la mano que saluda con
sospecha, en la palabra que pronuncias con cautela, en los cuerpos aún tibios que te ruegan
sepultura, te pones en escena en cada abrazo que te sofoca, que interrumpe tu
silencio. Caminante te persiguen los demonios, no puedes enfrentarlos y huyes
hacia ti, das de golpes a tu puerta, te encierras y sigiloso observas desde ti los instantes
fugitivos, embaucadores que en su día devoraron tu confianza, parpadea la
clemencia en tus ojos, pero ya nadie te engaña, ni la complicidad que destilan
los que callan, ni siquiera aquel que edulcora la palabra, se sienta en tu mesa
y comparte el vino y la sonrisa. No hayas paz, porque no la hay.
© Juana M. Ramos
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