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9/11/16

Poema de Daniel Reyes



Me sabe a hierba.

Salvaje silencio entre los dedos,
tu boca prendida a mis palabras
como una estrella de mar al lecho,
mordedura de fuego sobre mis uñas,
escalonado temblor,
viento de horas calladas sobre los cabellos
y un sinfín de suspiros envueltos entre tu piel
y mis besos.
El deseo se me vuelve grito,
callejón de ojos,
mineral compacto,
eléctrico horizonte entre tu vientre y tus manos,
ellas que supieron construir un mundo sobre mis poros,
amor germinado que se agita en el vacío del fuego
que nos quema por dentro
y nos petrifica por fuera.
Levanto mis ojos y veo la inmensidad de tus pechos,
son dos gladiadores que se mecen en la arena de los héroes,
dos estupendas colinas que me llaman al deseo
y la tierra que me besa las piernas,
mientras tus manos como lluvia de éter
se desvanecen por mi espalda,
te siento equilibrar el desvarío,
tu lengua que me nombra y me moja los bolsillos,
de donde salen mis papeles,
mis sueños y los gemidos.
A hierba me sabe el deseo
y salpico tus muslos con mis labios
que se entrelazan a tu boca en un mismo grito,
en un orgasmo lleno de insomnio
que se confunde entre tu humedad y mis esquinas
entre tu sexo y mis crucificados poemas.


© Daniel Reyes

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