su cerrada noche
su final del camino.
Ella, la hija de hiena, la carroñera.
Entonces, me desespera una palabra
corro a las letras, me cubro la cara.
Muerdo el sentido de algo que ha sido perdido.
Ella se retira unos pasos
su rígida sonrisa espera inalterable.
Me arde la urgencia de saberme tibia.
Entonces los versos
entonces el canto.
Se aleja un poco más
saca de su bolsillo un papel arrugado
señala un nombre
en su lista de triunfos también están los poetas.
Sólo es cuestión de tiempo
de un juego de días
al gato y al ratón.
Yo digo, que la poesía me salva.
© Cristina Ramb
Imagen enviada por la autora del poema
Profundo y conmovedor . Me gustó tu poema Un abrazo
ResponderEliminar¡qué bueno!, seguirás a salvo sin duda.
ResponderEliminarCristina Briante
Duro este poema que nos mira con ojos carroñeros , duro y real en este mundo de amores y odios. Siempre la poesía nos salva Besos
ResponderEliminarporuqé esos ojos carroñeros, de lobo feroz? porque esa aceptada desazón? bien interesante es te poema
ResponderEliminarBueno muy bueno
W.M.
La poesía es la mejor medicina. Muy bueno
ResponderEliminarUn abrazo Graciela Barbero
Entrar y estar, poeta, en una batalla perdida de antemano. Hay que saberlo, hay que sentirlo y no mirar para otro lado y seguir. Esa intemperie está muy bien dicha en su poema.
ResponderEliminarhermoso poema que lidia con los miedos silenciosos, de eso que sabemos sobre los demás, pero no sobre nosotros mismos, y nos angustia. gracias por compartirlo, francisco
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